viernes, 6 de enero de 2017

LOS REYES SON NUESTRA ILUSIÓN

Cada día tengo una memoria más vaga (o digamos selectiva), pero recuerdo, como si fuera ayer, mis amaneceres, de niño, el día de Reyes. Con la primera luz del día me despertaba como un resorte, sin reloj, sin la pereza de los días de cole. Me encontraba en el salón los restos de la movida noche. Los polvorones mordisqueados, los chupitos de aguardiente (para entrar en calor), incluso el agua para los camellos (vivía en un segundo sin ascensor y sin balcón). Había caramelos por todas partes y un olor especial flotaba en el ambiente, olía a ilusión.

No tenía hermanos con los que compartir ese revuelo de un amanecer único a lo largo del año, mis hermanas ya no vivían en casa, así que me tocaba ir a incordiar a mis tíos que vivían en el cuarto piso de mi mismo bloque. Mis padres me hacían aguantar, al menos, hasta pasadas las 8 de la mañana, entonces subía las escaleras lo más rápido posible para llegar a su casa. Con ellos vivía mi prima Inma, la que fue mi hermana postiza en esos primeros años, mi referente a la hora de aclarar mis tempranas inquietudes.

No había muchos regalos, pero los que había los saboreaba con una intensidad que ahora recuerdo con algo de melancolía y casi vuelvo a vivir el chute de adrenalina. Fin del flashback.

Hoy estoy en Madrid. En mi casa el día de Reyes siempre ha sido sinónimo del chocolate con churros, que sigue preparando mi padre (me informan por whasapp de que ya están en ello), y de toda la familia rodeando la mesa para desayunar juntos mientras los más peques abren un aluvión de regalos al que no dan abasto, ya que tanta información de golpe les sobrepasa. Los adultos somos peores, tal vez porque queremos ver, reflejada en ellos, esa ilusión que un día tuvimos y se nos escapó, les metemos prisa para que abran nuestro regalo y ver sus caras y nos quedamos decepcionados por no obtener la respuesta que esperábamos. 


Ya lo mostró Miguel Ángel en “La creación de Adán”. Nuestro mayor poder, nuestra divinidad no nos la da ningún ser superior, como la religión nos ha tratado de inculcar, nos la da nuestra mente, somos lo que pensamos y aquello en lo que creemos y no hay mayor realidad que esa a nuestros ojos.


Nuestra sociedad se ha vuelto pragmática, nada importa demasiado si no tiene un fin práctico y cuantificable, y los niños son un reflejo de los adultos que les rodean. Afortunadamente, durante unos años (cada vez menos) son más fuertes que todos nuestros prejuicios y son capaces de enseñarnos su enorme capacidad para imaginar y percibir cosas que solo están a su alcance y que son tan reales como las que vivimos nosotros. Son muy superiores a los adultos, como superhéroes a los que hay que guiar intentando no “castrar” sus infinitas capacidades.

Los Reyes son nuestra ilusión y esta celebración tiene más valor por recordarnos lo que un día fuimos que por cualquier otro simbolismo asociado a ella.

Yo me he debido portar muy bien este año (aquí pondría un emoticono de esos con la boca torcida en plan “¿en serio?”), porque el día de Navidad se anticipó el mayor de mis regalos, comprobar que aún creéis en mi, que aún os ilusiona lo que os pueda contar, que me dais otra oportunidad para llevar aire a mis pulmones y RESPIRAR.

Una vez más, y las que vendrán… GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.

Joel Reyes


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