Alex ponía la Gran Vía como ejemplo de ello. Hace menos años de los que podríamos pensar, la Gran Vía madrileña era un lugar donde el pequeño comercio convivía con las grandes marcas, donde había cines emblemáticos que ya son historia y una posibilidad de elección que ya no existe. Yo aún tuve ocasión de conocer el Madrid Rock (mítica tienda de discos) que ahora ocupa un Bershka.
Hoy en día la Gran Vía se ha convertido en Inditex
Boulevard, salpicado con otros grandes mastodontes del textil y la
alimentación; Starbucks, Mc Donalds, Burguer King, Zara, H&M, Springfield,
Pull & Bear, Stradivarius, Bershka, Mango, etc., copan la gran mayoría del
espacio entre el edificio Telefónica y la Plaza de España y nosotros devoramos
sus tentaciones como zombies alienados salidos de The walking dead. En el
camino, cines y teatros han perdido la batalla contra el desinterés por la
cultura y el imperio del señor Ortega.
En definitiva, y en mi opinión, caminamos de forma
imparable hacia el triunfo de la marca como signo distintivo, la
homogeneización, o, si se quiere, la diferenciación por marcas (las marcas que consumes
hablarán de tu posición y nivel de éxito). El consumo como forma de control, de
posicionamiento, tanto consumes, tan bien te va; todos vistiendo igual,
consumiendo lo mismo, escuchando lo mismo, pensando lo mismo para sentirnos
integrados y mantener nuestro sentido de pertenencia. Sentirte especial por ser
un poco más que tu vecino; competir. Sólo hay que ver los anuncios de las
grandes marcas y los valores que establecen como símbolo de modernidad y éxito.
Hoy podemos comprar la misma camiseta o comer la misma
hamburguesa en Madrid, París, Barcelona, Londres, Bangkok, Bangladesh, Ciudad
del Cabo o Buenos Aires, mientras cada vez es más difícil encontrar esos
lugares donde es posible conocer la cultura de un país, de un lugar, sus
costumbres, su gastronomía, es decir, aquello que, siendo todos iguales, nos
diferencia y enriquece.
Lo diferente no es especial a ojos de la mayoría, sino incómodo cuando no provocador o incluso ofensivo. Todos nos creemos en el lado correcto de la línea, tomando los caminos correctos, aunque es totalmente entendible. Aceptar que sólo hemos elegido una de las mil opciones que la vida nos podría haber deparado no debe ser plato de buen gusto, tenemos que convencernos de que es la mejor. La elección acota, mientras no eliges, todo es posible.
Y, por si alguien lo duda, yo no me creo en poder de
ninguna verdad, como dije, soy un abogado del diablo que pone todo en duda, mis
decisiones sobre todo, y la mayoría de las cosas que escribo también me golpean
a mí, porque como dejé claro, esta es mi terapia.
Joel Reyes