Dexter es una serie muy particular, para los que no la conozcáis, básicamente porque su protagonista es un asesino en serie, pero sobretodo porque todos, en mayor o menor medida, acabamos empatizando con Dexter Morgan de una u otra forma. Cabe decir que Dexter solo mata a los “malos”, que es una especie de justiciero que canaliza su necesidad de matar a través de un código que sólo le permite matar a asesinos que consiguen escabullirse de la justicia.
La evolución del personaje a lo largo de las temporadas a nivel psicológico es muy interesante. De psicópata frío, calculador, perfeccionista, pulcro, carente de empatía y emociones, vamos pasando, temporada tras temporada a un Dexter que se van humanizando, y curiosamente, esa humanización es proporcional al aumento de su “torpeza” y la disminución de su “pulcritud” a la hora de cometer sus particulares ajusticiamientos.
Es casi inevitable que Dexter caiga bien. Es un personaje
inteligente, atractivo, rápido, ágil, resolutivo, una especie de Hannibal
Lecter con buenas intenciones. Su humanización progresiva le hace más
vulnerable y es cuando su corazón se abre cuando se vuelve más frágil, accesible
e “imperfecto”. Podría hacer muchos paralelismos al respecto, pero creo que son
demasiado obvios.
Últimamente, o para qué mentir, siempre, pero últimamente
más, le doy muchas vueltas a esa dicotomía entre cabeza y corazón. La mente nos
hace más efectivos, prácticos, nos hace pensar con claridad y buscar el lado
más razonable de las cosas, el corazón nos hace vulnerables y frágiles, pero es
del lado del corazón del que caen CASI todas las cosas que realmente importan
en la vida.
El otro día mantenía una conversación con una amiga acerca del
sufrimiento y de seguir al corazón o la cabeza. Ella decía que había escogido
la coraza como método de defensa y que el miedo al sufrimiento la paralizaba.
Creo que el sufrimiento, sin que suene dramático, es inherente a la vida. Que
es inevitable que de vez en cuando, en mayor o menor medida, la vida duela,
pero creo que cuando la vida duele es porque está siendo vivida, y que es en
ese riesgo donde radica todo lo que acaba por definirla, todo lo que merece la
pena. Somos nuestros actos, no nuestras palabras, ni nuestras posesiones, somos
en función de la capacidad que tenemos de hacer sentir bien a las personas que
nos quieren y nos acompañan en el camino, de nuestra capacidad para encontrar
nuestra mejor versión a base de aprender de lo que no hicimos bien.
La amistad, la familia, el amor (en todas sus variantes),
son lo que resume el valor de una vida, nuestro verdadero legado, lo otro,
nuestro legado material o profesional, poco dirá de las personas que fuimos,
aunque cada día haya más gente que siga rigiendo su vida por el “tanto tienes,
tanto vales” y escondiendo sus taras tras la máscara de la apariencia. Allá
ellos.By the way, Dexter, te echaremos de menos.
Joel Reyes