lunes, 25 de mayo de 2015

ALGO HA EMPEZADO A CAMBIAR, LENTAMENTE

Hoy es el día después. Como casi siempre, todos han ganado. Como casi siempre, nadie, o casi nadie, ha perdido. Pero algo ha cambiado.

El ser humano, por lo general, tiene pánico al cambio. Nos aferramos a “lo malo conocido” antes que arriesgarnos a cambiar, a probar nuevas posibilidades, nuevas formas de hacer. Creemos sentirnos más seguros en terreno conocido, pero no es más que otro engaño de la mente, otra falsa sensación de que tenemos el control.

Como Einstein decía: “Loco es aquel que, haciendo siempre lo mismo, espera resultados distintos”, y en esas llevamos en este país desde que entramos en nuestra era “democrática”. Una democracia que entró en nuestras vidas dubitativa y frágil, que creció con cierta mala salud de hierro para luego convertirse en el engendro ante el que hemos estado a punto de sucumbir.

Debemos aceptar en todos los ámbitos de nuestra vida que solo el cambio es constante y que solo cambiando podemos evolucionar, llegar más lejos, aprender y ampliar nuestras miras. Tal vez a algunos ya les esté bien así, a muchos otros no, y me da, que somos más.


Vivimos en un mundo dual, siempre lo digo: cielo/infierno, Madrid/Barça, Coca-Cola/Pepsi, buenos/malos, blanco/negro, PP/PSOE… y así con todo, cuando el mundo es una paleta llena de colores, de posibilidades, de alternativas a cual más enriquecedora.

Pero parece que ayer algo empezó a cambiar. Parece que, al menos, una parte de la población ha empezado a despertar. Aquí no se trata de ser de izquierdas o de derechas, se trata de sentido común, de abrir los ojos a lo obvio, de honestidad, de raciocinio, en definitiva, de humanidad. He leído estos días en Facebook que muchas personas decían que era la primera vez que acudían a votar con ilusión, con la sensación de que su voto era útil e importante, con la convicción de que era el momento en que las cosas podían empezar a cambiar. Y parece que algo, un poquito, lo han hecho.


Soy catalán de nacimiento y madrileño de adopción, una mezcla explosiva, pero hoy, más que nunca, me siento orgulloso de mi doble condición y de que en ambos casos hallamos sido capaces de abrir una puerta hacia un futuro esperanzador. Ojalá este sea el principio de algo bien bonito.

Ahora toca esperar y confiar. Como decía el abuelo de Spider-man, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. No va a ser fácil, pero creo que estamos ante una grandísima oportunidad para empezar, lentamente, pero con paso firme, a cambiar las cosas. Empezar a deshacer todos los errores cometidos, recuperar la confianza en nuestros dirigentes, volver a creer en la honradez y en la voluntad de gobernar por y para los ciudadanos. Por un bienestar general. Seguirán habiendo desigualdades, por supuesto, el sistema se alimenta de ellas, pero confiemos en que no sean tan flagrantes e injustas.

Hoy puede ser el primer día de el resto de nuestras vidas.

Que nadie se confíe, que nadie deje de creer.


Joel Reyes

jueves, 7 de mayo de 2015

KINTSUGI

La vida es curiosa. No deja de sorprenderme. Afortunadamente.

Nos pasamos nuestra existencia intentando mantener el control. El control de nosotros mismos. De nuestras emociones. De nuestro entorno. De las personas que nos importan y nos rodean. Vivimos creyendo que podemos controlar la vida, pero la vida sólo se deja controlar de vez en cuando para que nos confiemos y tengamos cierta sensación de que somos nosotros quienes mandamos sobre ella. Pero no.

La vida siempre tiene las riendas. Siempre guarda un as en la manga. Siempre juega con ventaja.

Muchas veces nos regala momentos para que apreciemos el valor de su caprichoso devenir. Otras nos sacude con pequeñas o grandes revoluciones, dolorosas, caóticas, inesperadas, que nos convierten en otra cosa diferente a lo que fuimos hasta hoy.

A veces la vida te pone las cosas delante tan solo cuando sabes mirarlas. A veces las tienes delante y no las sabes ver.

Hoy “encontré” ante mi un término que desconocía: KINTSUGI. Ya la propia palabra me parece atractiva y bella en si misma. Mucho más lo que se esconde tras ella.

Siempre me ha atraído la espiritualidad de la cultura y muchas de las costumbres japonesas, en las que el respeto, el honor y la educación son pilares importantes. En las que el valor por lo ancestral es capaz de convivir con la vorágine y la velocidad de los nuevos tiempos.

El Kintsugi es un arte originario del siglo XV que consiste en reparar objetos de cerámica que han sido deteriorados o dañados por el tiempo o por accidente. La curiosidad de este arte es el método y el concepto filosófico que se esconde tras él. La traducción literal de Kintsugi sería algo así como “unión con oro” o “reparación con oro”. El material utilizado para las reparaciones es una resina mezclada con polvo de oro para que las marcas o “cicatrices” de las reparaciones se conviertan en algo a destacar, en algo visible, algo que aporta un valor al objeto reparado. Una cicatriz visible que nos habla de su historia. La herida no se esconde, sino que se muestra orgullosa y bella como parte de la historia del objeto, como valor añadido.


Uno no puede evitar hacer un paralelismo con el ser humano. La resiliencia es un término que en psicología se utiliza para definir la capacidad de las personas para reponerse a situaciones traumáticas y dolorosas. Se traduciría por la entereza o fortaleza a la hora de afrontar esas situaciones.

La vida y la sociedad actual se rige en torno a lo nuevo y lo bello. Lo dañado es sustituido. Las profesiones dedicadas a reparar objetos se extinguen  ante el cruel “te sale más barato comprar uno nuevo que arreglarlo”. Pero ¿qué ocurre cuando no hablamos de objetos, sino de personas?

Todos cargamos con nuestras heridas, con nuestras cicatrices, con nuestros dolores. Todo ello nos construye y nos convierte en lo que somos. Podemos esconderlas y avergonzarnos de ellas o podemos aprender de esas heridas, aceptar que son parte de nuestra historia y lucirlas con orgullo. Vestirlas de oro y aceptar que nos otorgan un valor añadido por haberlas vivido.

El proceso de “reparación” es tan importante como la herida en si, lo que aprendemos durante el mismo, las etapas por las que pasamos, las conclusiones a las que llegamos no deben caer en saco roto, puesto que se quedan con nosotros, con lo que somos. Son cicatrices de oro que los demás deben conocer para sabernos, para conocer quienes somos, donde estamos y de donde venimos.

Me gusta el Kintsugi. Me gustan mis heridas y mis cicatrices porque ellas también cuentan lo que soy.

Aunque duelan.

Joel Reyes

P.D.: Dedicado a Araceli, Raquel, María y a todos los padres y madres coraje que forman parte de "Menudos corazones"