La vida es curiosa. No deja de sorprenderme.
Afortunadamente.
Nos pasamos nuestra existencia intentando mantener el control. El
control de nosotros mismos. De nuestras emociones. De nuestro entorno. De las
personas que nos importan y nos rodean. Vivimos creyendo que podemos controlar
la vida, pero la vida sólo se deja controlar de vez en cuando para que nos
confiemos y tengamos cierta sensación de que somos nosotros quienes mandamos
sobre ella. Pero no.
La vida siempre tiene las riendas. Siempre guarda un as en
la manga. Siempre juega con ventaja.
Muchas veces nos regala momentos para que apreciemos el
valor de su caprichoso devenir. Otras nos sacude con pequeñas o grandes
revoluciones, dolorosas, caóticas, inesperadas, que nos convierten en otra cosa
diferente a lo que fuimos hasta hoy.
A veces la vida te pone las cosas delante tan solo cuando
sabes mirarlas. A veces las tienes delante y no las sabes ver.
Hoy “encontré” ante mi un término que desconocía: KINTSUGI.
Ya la propia palabra me parece atractiva y bella en si misma. Mucho más lo que
se esconde tras ella.
Siempre me ha atraído la espiritualidad de la cultura y
muchas de las costumbres japonesas, en las que el respeto, el honor y la
educación son pilares importantes. En las que el valor por lo ancestral es
capaz de convivir con la vorágine y la velocidad de los nuevos tiempos.
El Kintsugi es un arte originario del siglo XV que consiste
en reparar objetos de cerámica que han sido deteriorados o dañados por el
tiempo o por accidente. La curiosidad de este arte es el método y el concepto
filosófico que se esconde tras él. La traducción literal de Kintsugi sería algo
así como “unión con oro” o “reparación con oro”. El material utilizado para las
reparaciones es una resina mezclada con polvo de oro para que las marcas o
“cicatrices” de las reparaciones se conviertan en algo a destacar, en algo
visible, algo que aporta un valor al objeto reparado. Una cicatriz visible que
nos habla de su historia. La herida no se esconde, sino que se muestra orgullosa
y bella como parte de la historia del objeto, como valor añadido.
Uno no puede evitar hacer un paralelismo con el ser humano.
La resiliencia es un término que en psicología se utiliza para definir la
capacidad de las personas para reponerse a situaciones traumáticas y dolorosas.
Se traduciría por la entereza o fortaleza a la hora de afrontar esas
situaciones.
La vida y la sociedad actual se rige en torno a lo nuevo y
lo bello. Lo dañado es sustituido. Las profesiones dedicadas a reparar objetos se
extinguen ante el cruel “te sale más
barato comprar uno nuevo que arreglarlo”. Pero ¿qué ocurre cuando no hablamos
de objetos, sino de personas?
Todos cargamos con nuestras heridas, con nuestras
cicatrices, con nuestros dolores. Todo ello nos construye y nos convierte en lo
que somos. Podemos esconderlas y avergonzarnos de ellas o podemos aprender de
esas heridas, aceptar que son parte de nuestra historia y lucirlas con orgullo.
Vestirlas de oro y aceptar que nos otorgan un valor añadido por haberlas
vivido.
El proceso de “reparación” es tan importante como la herida
en si, lo que aprendemos durante el mismo, las etapas por las que pasamos, las
conclusiones a las que llegamos no deben caer en saco roto, puesto que se
quedan con nosotros, con lo que somos. Son cicatrices de oro que los demás
deben conocer para sabernos, para conocer quienes somos, donde estamos y de
donde venimos.
Me gusta el Kintsugi. Me gustan mis heridas y mis cicatrices
porque ellas también cuentan lo que soy.
Aunque duelan.
Joel Reyes
P.D.: Dedicado a Araceli, Raquel, María y a todos los padres y madres coraje que forman parte de "Menudos corazones"
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