viernes, 6 de septiembre de 2013

LA PEOR CANTANTE DEL MUNDO

Los que me conocen saben bien que admiro a aquellas personas que luchan por lo que aman, por hacer lo que les gusta, y también saben que pienso que si no puedes volar, tal vez puedas dar pequeños saltos, que el camino comienza con un solo paso, que nunca es tarde para intentar hacer lo que te gusta y que si algo te hace feliz, hazlo.

Hace poco escuché en la radio la historia de “la peor cantante del mundo” y me maravilló. Más allá de la anécdota y la risa fácil, hay una historia de perseverancia e ingenio muy curiosa. Bien es cierto, que el caso no deja de ser excepcional y con muchos matices que tienen que ver con el dinero y la posición social, aún así me parece digno de conocerse.
Florence Foster Jenkins nació en 1868 y murió en 1944. Hija de un millonario de Pensilvania, desde muy pequeña quiso ser cantante. Estudió canto y pronto todo el mundo intentó disuadirla de su falta de talento para la música, pero ella no desistió, desoyendo los consejos de sus padres huyó con el que posteriormente sería su marido a Filadelfia para poder luchar por cumplir su sueño, dando clases como maestra y pianista.


Cuando su padre murió, heredó una importante suma de dinero y tuvo muy claro en qué lo iba a invertir; en financiar su propia carrera musical. Por lo visto, su falta de talento musical era compensada con un talento social que le llevó a crear y financiar “El Club Verdi”, una sociedad que apoyaba e impulsaba la carrera de músicos americanos. Sus conciertos benéficos eran muy concurridos y a ellos asistían figuras de la vida social y la música como el mismísimo Enrico Caruso. En esos conciertos, ponía como condición actuar. Dio su primer recital a los 44 años. A los 60, cuando murió su madre, “relanzó su carrera” por la libertad adquirida y la nueva inyección económica (si, si, dinero, pero obsérvense las edades que menciono y ahí seguía, en lugar de vivir una cómoda vida de lujo sin más preocupación que disfrutar de ella).

Sus actuaciones eran tan penosas que la crítica la destrozaba. Eso hizo que el morbo y la curiosidad de la gente (hay cosas que no han cambiado) la convirtieran en una atracción que la clase alta no quería perderse y las risas eran el pan de cada día en sus actuaciones. Ella siempre achacó esas risas a las envidias  de sus rivales por su incomparable talento, ya que no era capaz de ver la realidad.

Murió a los 76 años de un infarto al corazón. Una semana antes actuaba en el Carnegie Hall de Nueva York con las entradas agotadas semanas antes. La audiencia iba a ver una broma, ella vivió la vida de una diva y murió feliz y plena por haber cumplido su sueño.

Habrá quién pueda reducir esta entrada a decir que solo fue una niña rica que se encaprichó de la música y compró su “carrera”, yo prefiero verlo como alguien que perseveró en su sueño, que nunca cejó en él hasta cumplirlo y aunque las circunstancias le acompañaran (las económicas), me da que, por su tozudez, hubiera hecho lo mismo sin dinero, aunque el resultado habría sido bien diferente, está claro. Ignoró el qué dirán y se aplicó eso de "ande yo caliente...". Sólo hace falta ver las edades a las que consiguió el “reconocimiento”.

Cada cual tendrá una opinión al respecto y de eso se trata, a mi me cae bien esta mujer. Me quedo con una frase que define bien lo que más me importa de esta historia, su moraleja: “La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté”.

Joel Reyes

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