martes, 16 de julio de 2013

INVOLUCIONANDO (I)

Varios recientes estudios que han visto la luz en los últimos tiempos están apoyando una teoría que, si bien sobrevuela las cabezas de muchos de los que pensamos más de la cuenta, no se me antoja que vaya a convertirse en demasiado popular: cada vez somos menos inteligentes.

«Apostaría a que si un ciudadano medio de Atenas del año 1000 antes de Cristo apareciera de repente entre nosotros, sería uno de los más brillantes e intelectualmente inquietos de nuestros colegas y compañeros, con una buena memoria, muchas ideas y una visión lúcida de cuestiones importantes. Además, creo que sería uno de los más estables emocionalmente de nuestros amigos y colegas. Ampliaría esta apuesta a los antiguos pobladores de África, Asia, India y América de entre hace 6.000 y 2.000 años. El fundamento de mi apuesta son los avances en genética, antropología y neurología que predicen que nuestras habilidades intelectuales y emocionales son genéricamente sorprendentemente frágiles».

El autor del párrafo anterior es Gerald Crabtree, director del Laboratorio de Genética de la Universidad de Stanford (Estados Unidos). Crabtree plantea que estamos perdiendo habilidades emocionales e intelectuales desde hace milenios o, dicho de otra manera, que somos cada vez menos inteligentes.

Crabtree apoya la teoría de que nuestro mayor desarrollo intelectual se dio hace entre 50.000 y 500.000 años, cuando nuestros ancestros vivían todavía en pequeños grupos nómadas en África. En un mundo en el que dependíamos de la caza y la recolección, la inteligencia y la creatividad eran clave para la supervivencia y la enorme presión ambiental hacía que sobrevivieran únicamente los mejor dotados. No había lugar para los intelectualmente débiles. La implantación de la agricultura hizo que los hombres empezaran a vivir en grupos más grandes que protegían a los más débiles. Esa tendencia ha proseguido desde entonces haciendo que la información genética se haya ido empobreciendo y de esta forma debilitando la especie.

El resultado, según estos estudios, es un descenso en los últimos 125 años, de casi 14 puntos en el coeficiente intelectual medio de la población, lo cual repercute en inteligencia, productividad y creatividad.
 

Todos estos datos que pueden resultar farragosos y aburridos sólo vienen a analizar algo que cae del lado de la lógica. Los evolución de la especie y los avances tecnológicos han hecho que nuestra esperanza y calidad de vida mejoren, pero a la vez, nos han hecho más débiles, menos adaptativos y, sobretodo, más cómodos. Es fácil deducir que si bien la mayoría de nuestros antepasados no tuvieron el acceso a la cultura que hoy tenemos (y que tan poco utilizamos), eran mucho más adaptativos al medio, más creativos, más resolutivos. Más capaces a la hora de solucionar problemas y sobrevivir, básicamente porque no les quedaba otra para salir adelante. Nuestros antepasados no tenían calculadoras, ni ordenadores, el conocimiento se adquiría por medio de la escritura, la lectura (en el caso de los más privilegiados) o, en la inmensa mayoría de los casos por transmisión oral. La vida era mucho menos sedentaria y casi todo requería un esfuerzo físico mayor.
 
 
Por supuesto que con eso no quiero decir que esa mejora no haya sido positiva y haya mejorado nuestra calidad de vida y “democratizado” la supervivencia, es simplemente un juicio de valor que me lleva a concluir que los avances nos debilitan como especie y nos hacen más cómodos y menos creativos, por no hablar de nuestros lastres emocionales (frustración, depresión, apatía, etc.), muchos de ellos provocados por una sociedad autocomplaciente e inspirada en valores materiales.

La curiosidad y la inquietud dan paso a la comodidad y el conformismo. La necesidad da lugar a la inventiva y desarrolla la imaginación. Quien tiene todo a un click no necesita más que saber hacer click.

(continuará)

Joel Reyes

1 comentario:

  1. Bueno, eso es lo que hace la comodidad, no?... "La precariedad agudiza en ingenio"... será por algo! :*

    ResponderEliminar