martes, 15 de octubre de 2013

EL APAGÓN

Mi amigo Alex y yo, solemos tener muchas conversaciones acerca de cómo han cambiado las relaciones personales con la llegada de Whasapps, Facebooks, Twitters y demás “avances tecnológicos” para facilitar el “contacto humano”.

Alex es de los que aún se resiste al Whasapp, si bien empieza a sentirse como un paria, desconectado del mundo tecnológico, y por ende, de muchas de las cosas que tan solo ocurren a través de él. Alex es de la vieja escuela, de los que quedan con sus amigos para tomar botellines y contarse la vida mirándoles a los ojos o de los que llama cuando quiere saber de alguien. Afortunadamente, en nuestro círculo, lo de quedar solemos hacerlo a menudo.
Pero se quejaba amargamente de cómo, desde que apareció el invento del maligno, el contacto con la gente que conoce en sus viajes como guía por Asia y Sudamérica se ha reducido o eliminado tras estos. Los mails llegan con cuentagotas y el escaso contacto se mantiene por Whasapp, con lo cual él queda excluido. También cuenta con tristeza que en esos mismos viajes, mientras visitan lugares increíbles o explica historias, algunos están más pendientes de hacer fotos y enviarlas por Whasapp que de disfrutar de esos momentos únicos e irrepetibles.

Es el signo de los tiempos. Si no estás, no existes, si no lo cuentas, no ha ocurrido.
Hace unos días me ocurrió una cosa que me hizo pensar, un poco más, en qué nos estamos convirtiendo, en qué se está convirtiendo nuestra sociedad y nosotros con ella.

Un virus informático bloqueó mi ordenador. La mayoría de mi trabajo lo realizo con él, exceptuando la composición, para la cual tan solo necesito mi guitarra, un papel y un bolígrafo. No tenemos tele, con lo cual, nuestro contacto con las noticias se da a través de la red. Nuestro hobby cuando no estamos trabajando es devorar series online. De pronto todo eso desapareció. La primera sensación que me invadió fue de impotencia y cierta incomodidad. Después pasé a pensar lo dependientes y vulnerables que nos hemos vuelto. Afortunadamente al cabo de una hora mis constantes vitales se habían estabilizado y me puse a leer, luego salí a correr. Conseguí sobrevivir a mi apagón. No fue para tanto.
De pronto me puse a pensar en qué ocurriría si tuviésemos un apagón general. Imaginad por un momento (con cuidado, que esto puede provocar ataques de ansiedad) que de pronto la red eléctrica, internet y telefonía se caen durante, digamos, un mes. Muchas de las personas que forman parte de nuestro día a día ni siquiera sabemos donde viven, nuestro único contacto con ellas se reduce a un número de teléfono o un Facebook, no podríamos ir a buscarlas a casa, y en un Madrid, con 5 millones de habitantes, podría ser una ardua tarea encontrarlas, como buscar una aguja en un pajar.

Imaginad por un momento que acabáis de conocer a alguien especial, alguien que os gusta mucho, alguien de quien apenas tenéis información más allá de un número de teléfono y unas cuantas conversaciones. De pronto perdéis toda posibilidad de contacto con esa persona, más allá de buscarla por las calles de vuestra ciudad. Puedo imaginar perfectamente el agobio. No me digáis que no da para una buena historia.
Realmente resulta, cuanto menos, angustioso comprobar cómo la tecnología condiciona nuestras vidas, nuestras relaciones, nuestro mundo. No es mal ejercicio desconectar de vez en cuando de todos nuestros enganches para comprobar que aún somos humanos, que podemos relacionarnos como cuando éramos pequeños e íbamos a casa de nuestros amigos a llamar a su timbre para que bajaran a jugar.

¿Sabes dónde viven todos tus amigos y personas cercanas? Empieza a averiguarlo por si acaso.
Joel Reyes

P.D.: No os perdáis este video. Es genial. Entenderéis a Alex y tal vez sintáis incomodidad al veros reflejados en él de un modo que no os gustará.

No hay comentarios:

Publicar un comentario