martes, 22 de octubre de 2013

EL VALOR DE UN GESTO

Dicen que la belleza está en el ojo del observador. En el mundo hay cosas objetivamente más bellas que otras, pero hay otras muchas que son susceptibles de ser observadas desde muchos puntos de vista.

Una persona puede ser más o menos agraciada, pero es en los ojos de quien la mira donde radica lo bueno o lo malo que en ella vemos. Somos como somos, sin embargo no todos nos perciben de la misma forma. A unas personas caemos bien, a otras no, para unos somos agraciados, simpáticos, agradables y para otras todo lo contrario. Todo depende del momento, de las circunstancias, pero sobre todo, del punto de vista de quien nos observa.
Con los gestos ocurre lo mismo. Su valor es el que nosotros les damos. Me explico.

Una chica está en un bar, en ese mismo bar se encuentra el chico que le gusta y a su vez un chico que está colado por ella. Entra un vendedor de rosas. El chico enamorado, que la conoce bien, pero en el que ella apenas ha reparado, compra una rosa, se acerca y se la regala. Lo más probable es que ella sea educada, se sienta halagada, acepte la rosa y posteriormente comente la jugada con sus amigas como una agradable anécdota. Pero imaginemos que el chico que a ella le gusta hace lo mismo. Ahí la cosa cambia, probablemente, el corazón de la chica se acelerará, es probable que se ruborice, que no sepa cómo reaccionar o qué decir, que sienta que está tocando el cielo con la punta de sus dedos. El gesto es el mismo, la interpretación que de él ha hecho en ambos casos, en totalmente diferente. Parece una perogrullada, pero muchas veces se nos olvida.
 
Todos, o casi todos, hemos estado en uno y otro lado, unos más que otros, pero todos hemos vivido las dos caras de la moneda. Cuando alguien nos gusta, el más leve gesto nos parece el más grande de los triunfos. Un mensaje, una sonrisa, una mirada se convierten en un cielo abierto, un tesoro. Cualquier mínima señal es manjar de dioses para nuestra ilusión, mientras que cuando ese gesto viene de alguien que no es quien nos gustaría que fuera, ni la más llena de las lunas que nos bajaran del cielo podría provocar la emoción anteriormente expresada.

A todos nos pasa que cuando estamos esperando una llamada o un mensaje de alguien que nos importa, y el teléfono suena, ya puede ser nuestro mejor amigo, la prima de Cuenca, nuestra madre, o el mismísimo Obama quien nos llame, si no es quien queremos que sea, no podemos evitar un gesto de decepción.
Evidentemente hay excepciones. A veces ocurre que personas en las que inicialmente no hemos reparado acaban ganándonos, conquistándonos poco a poco, de forma paciente, discreta y silenciosa. En el amor, como en la guerra, no hay reglas, afortunadamente, y muchas veces esas personas nos atrapan de una forma mucho más sólida y consistente.

Por eso es bueno valorar los gestos que las personas que nos quieren y valoran tienen con nosotros, vengan de quien vengan, porque seguramente, detrás de esos gestos hay una carga emocional importante, una ilusión unida a ellos y eso es un tesoro en sí mismo, un regalo para nosotros y la persona que lo da.
Demos a los demás lo que nos gustaría recibir. Ni más, ni menos.

Joel Reyes

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